"La diferencia entre un turista y un viajero reside en que cuando un turista llega a un sitio sabe exactamente el día que partirá. El viajero, sin embargo, cuando llega a un lugar, no puede saber si acaso se quedará allí el resto de su vida" Paul Bowles.

jueves, 30 de septiembre de 2010

TELEGRAMA

La insurrección me ha pillado recién llegado a Quito esta mañana, tras dejar la costa. Estoy en el salón del hostal viendo la televisión con el resto de huéspedes. En este momento cientos de ciudadanos acuden al hospital militar a intentar liberar a Rafael Correa, que está allí cercado por los policías insurrectos. Apostaría a que la situación se va a normalizar pronto. El jefe de las fuerzas armadas ha confirmado la fidelidad al presidente y, más que un golpe de estado, se debe considerar una revuelta o manifestación muy violenta de una gran parte de la fuerza policial, en protesta por un supuesto recorte de derechos salariales, sobre el que no tengo mucha información. Lo que parece claro es que este colectivo está calentito desde hace tiempo porque lo maneja la oposición de derechas y el partido de Lucio Gutiérrez, anterior presidente que fue derrocado por una revuelta popular, y que es un serio aviso para el presidente. En este momento también la cúpula policial está reunida y dará pronto una declaración, probablemente de carácter conciliador. Ya digo que apostaría a que se va a resolver en cuestión de horas, pero mientras tanto no se puede salir a la calle, porque la policía no está trabajando y ya se han producido saqueos. Todos los comercios están cerrados, y estoy viendo en la televisión ahora mismo al ministro de seguridad declarando el estado de excepción. De momento no ha corrido sangre.

jueves, 16 de septiembre de 2010

LA CLÍNICA AMBIENTAL

TODAS LAS FOTOS: MATILDE MAESTRO


Esta pequeña casa en medio de la selva, a unos cinco kilómetros de Lago Agrio, significa mucho para alguna gente y, desde hace poco, también para mí. A ella, una vez cada dos meses, acude desde Las Salinas Manuel. Acuden Carlos y Alfredo desde El Mirador. Acuden don Bolívar, don Naranjo, doña Teresa y doña Delia, desde Pacayacu y alrededores. Acude don Telmo desde la Nueve de marzo y, una vez, también acudí yo. Es la Clínica Ambiental, el proyecto que Acción Ecológica mantiene en Sucumbíos, con el apoyo desde España de ASPA.

En las reuniones de la Clínica Ambiental, Adolfo Maldonado y Carolina Valladares informan de los niveles de contaminación en las distintas localidades de la zona; asesoran sobre posibles reclamaciones legales y, más que nada, sobre posibles actividades de protesta y resistencia que puedan tener repercusión social (las reclamaciones legales a menudo son una trampa, porque los recursos se eternizan, y las compañías tienen entonces una excusa para no intervenir, mientras no haya resolución judicial)

También, paradójicamente, enseñan a los sembradores a sembrar. Aquí el monocultivo,  habitual en la sierra o en la costa, es aún más dañino que en esos lugares, porque la capa de tierra fértil en la selva es muy delgada, y en pocos años se agota. Los campesinos recurren entonces a pesticidas y abonos químicos que les cuestan su dinero y su salud. No sería necesario. Los cofanes lo saben. Los secoyas lo saben. Los kichwuas lo saben. El secreto está en diseminar policultivos que se recojan en distintas épocas del año entre parcelas de selva, sin talar los grandes árboles. Así las hojas que caen aportan los nutrientes que la tierra necesita, y se va renovando la capa fértil. La selva crece desde arriba.



No son sólo las chacras ecológicas. También las cocinas ecológicas, que aprovechan el gas metano que se desprende del abono natural. Y las letrinas ecológicas, que producen abono natural sin malgastar agua potable. Con todo ello están ya experimentando los campesinos que acuden a la Clínica Ambiental.

 

Por regla general, las reuniones de la Clínica terminan con la Feria de semillas. En ella los campesinos intercambian conocimientos, y descubrimientos, sobre plantas y modos de conservación y procesamiento propios de la selva, y que todavía no terminan de dominar. Algunos ya han presentado sus productos en la Feria agroecológica de Quito, y el próximo objetivo es que se animen a buscar mercado en su zona.

Tan importante como todo lo anterior, son las actividades de cohesión y sensibilización. A pesar del voluntarismo de todos los mencionados, la mayoría de los campesinos están desactivados, y desanimados. Líderes comunitarios como Manuel y Carlos hacen un gran esfuerzo por cohesionar a los miembros de sus comunidades, y dotarlos de herramientas para defender sus derechos. En su día, el gobierno dio cincuenta hectáreas gratis a cada persona que quisiera colonizar la zona, para revestir de poblaciones la actividad petrolera y, sospecho, reducir la presencia indígena. Hoy, ante los graves problemas de contaminación, el gobierno está comenzando a hablar de reubicación. En la selva a la gente se la puede llevar y traer como si fuesen maletas. Las máquinas extractoras, los tubos de plomo y los mecheros permanecerán.
El presidente Correa no simpatiza con los miembros de Acción Ecológica. En público los insulta llamándoles “ecologistas infantiles” y los trata poco menos que de traidores a la patria que quieren impedir el desarrollo de la nación. El año pasado cerró la organización. La presión internacional, encabezada por nombres como los de Eduardo Galeano, Naomi Klein o Adolfo Pérez Esquivel,  le obligó a volverla a abrir. También ha amenazado hace poco con expulsar a las ONGs extranjeras que “intervengan en la política interna del país”. Esto es, que apoye a los movimientos ecologistas y/o indígenas. Por cierto, Correa se dice “amigo de los indígenas” y los quiere desarrollar. Quiere ponerles carreteras y viviendas con tejados de cinc. No todos están de acuerdo. Pero del movimiento indígena hablaré cuando vuelva, para quedarme, a Sarayaku. De momento, mañana viernes me voy a la costa.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

NEGRA AMAZONÍA

TODAS LAS FOTOS: MATILDE MAESTRO

María Pantoja me lo dijo en Lago Agrio: “Parece que para que las dos terceras partes de Ecuador vivan, es necesario que la otra tercera parte muera, y esa otra tercera parte es la Amazonía”. Después de ver lo que hemos visto en Sucumbíos, se hace muy difícil desmentir esa afirmación. La Texaco-Chevron, que todavía tiene abierta una demanda por el vertido de 68.000 millones de litros de residuos tóxicos derivados de la extracción de petróleo en la selva, ya no opera aquí desde 1992, pero no parece que la adquisición de los pozos por parte de la compañía estatal Petroecuador, que los explota en solitario o en consorcio con otras compañías extranjeras, haya cambiado en nada las cosas. El gobierno de Rafael Correa, que dice abanderar la autodenominada “revolución ciudadana”, alienta una idea de desarrollo predadora e insostenible más propia de principios del siglo XX que de la actualidad. Su objetivo es generar el máximo de riqueza para el país explotando las materias primas, para poder luego redistribuir esa riqueza y aumentar el nivel de vida de la población. En efecto, en el propio Sucumbíos ha implementado el desarrollo de muchas infraestructuras, y ha pacificado la frontera pero, si las cosas siguen como están, mucho más dinero va a tener que invertir en gasto social.


Ya no se trata de derrames o vertidos más o menos accidentales, que los hay a cada rato, sino que el propio proceso de extracción es altamente contaminante: las piscinas que se construyen en la selva para almacenar las aguas de formación (aguas con residuos tóxicos provenientes de la extracción), aunque no revienten o se desborden, se filtran de manera natural a la tierra, contaminan las aguas subterráneas, y de allí pasan a los ríos. Se calcula que el 70% de los ríos de la Amazonía ecuatoriana está contaminado en mayor o menor grado, y esto es un proceso prácticamente irreversible.



Tengo un libro encima de mi mesa “Las palabras de la selva”, en cuya redacción intervino Carolina Valladares, que desglosa con estadísticas y testimonios el abrumador aumento de casos de cáncer, abortos, nacimientos con malformaciones etc. que se ha producido en los últimos 40 años, pero me da pereza o angustia consultarlo para ilustrar con más datos este artículo. Yo he estado caminando por campos de cultivo, y mis botas se manchaban hasta casi el tobillo de un fango negro que apestaba a gasolina. Yo he visto a las vacas pastar en medio de charcos de petróleo. No hace falta ser biólogo.

Los habitantes de Pacayacu, por ejemplo, no necesitan ser biólogos o ingenieros medioambientales para darse cuenta de que la piel se les escama y les salen sarpullidos cuando se bañan. Hierven el agua antes de tomarla, pero ignoran que los metales pesados no se van del agua por ello. Y a nadie se le escapa que cualquier médico, profesor, directivo de la petrolera, cualquier biólogo o ingeniero medioambiental pagado por la compañía para elaborar amables informes, cualquiera que venga de fuera, tiene su casa repleta de garrafas de agua mineral. Muchos no se pueden permitir ese lujo.











Don Bolívar tiene gran parte de su finca encharcada de petróleo desde hace diez años. Por mucho que ha reclamado, no ha visto un dólar de indemnización ni nadie se ha pasado por allí. Don Bolívar languidece mientras sus árboles mueren.

Por la finca de don Naranjo sí han ido los biólogos y los ingenieros medioambientales a sueldo de la compañía. Desde el vertido de 1988 les ha dado tiempo a pasarse. A don Naranjo le dicen que no tiene por qué preocuparse, que las vacas se le mueren porque se comen las botellas de plástico que tira la gente en su finca. Estos son los pastos de la finca de don Naranjo.


Por este lado ya no pastan.


A doña Teresa le hicieron más caso. Limpiaron su terreno encharcado de petróleo con una especie de serrín que, decían, contenía materiales químicos que acabarían con el petróleo. Le pagaron un dólar de indemnización por metro cuadrado, y le aconsejaron que sembrara maíz. Eso fue hace un año. Hoy en día el maíz no ha crecido más de un palmo, y el petróleo está volviendo a brotar.


Perdí las fotos de la finca de doña Delia, y Mati tampoco tiene. Así os ahorráis la visión de los criaderos de peces abandonados, y de la casa en ruinas y rodeada de charcos negros, en la que ella vivía. Fue en el derrame de 2006, y hasta el momento doña Delia, que ha tenido que mudarse, sólo tiene el consuelo de haber colgado este cartel, proporcionado por Acción Ecológica.


Cuando volvíamos a Pacayacu en la camioneta pudimos fotografiar, a hurtadillas y sin parar el coche, los mecheros de Petroecuador. La empresa estatal más potente, la industria llamada a abanderar el desarrollo del país, prohíbe la entrada a sus instalaciones con guardias jurados que no dejan estacionar en sus alrededores ni sacar fotografías. Como si estuvieran haciendo algo malo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

TEATRO EN EL MIRADOR


El Mirador es un pequeña comunidad situada a cinco kilómetros de Shushufindi, una de tantas localidades petroleras de Sucumbíos, relativamente lejos de la frontera. El Mirador ha crecido a lo largo de la carretera, y es fácil llegar a ella en transporte público. Hay agua corriente y tendido eléctrico. Hay alguna tienda de abarrotes, un cyber con conexión a internet y una enorme escuela con muchas aulas y un patio de recreo. En el Mirador hay una iglesia y una biblioteca pública, con libros y un televisor con DVD. Entre el patio del recreo y el aula de catequesis de la iglesia (las aulas de la escuela las estaban reformando, aprovechando la vacación estival) montamos nuestras JORNADAS DE TEATRO ALEGREMIA. Dormimos en la Biblioteca, donde apartamos las mesas y montamos nuestros colchones y nuestras mosquiteras. Allí podíamos ver documentales en DVD  y ducharnos en un cuarto de baño. Comíamos en casa de Alfredo y Verónica, que han sido amabilísimos con nosotros, y en cuyo jardín montamos una noche un karaoke y una sesión de salsa que resultó muy divertida. Carlos, el presidente, y su mujer estuvieron siempre pendientes de nosotros. En el Mirador hemos estado muy cómodos, y hemos trabajado muy bien, pero yo sigo recordando Las Salinas.


 Los niños y adolescentes de El Mirador son cariñosos, abiertos y tienen un aceptable nivel académico. Fue fácil organizar con ellos la sesión de escritura de cuentos, y no tuvieron inconveniente en leer cada uno el suyo en voz alta ante un público formado por el resto de cooperantes. Son conscientes de los problemas de la zona, sobre todo de la contaminación petrolera, que aparece en todo momento en los escritos, pero conocen las estructuras narrativas y plantean con facilidad finales felices, incluso a veces, en los cuentos de las más mayores aparece el inevitable romance. En esta ocasión el argumento de la obra surgió por consenso, a partir de  dos de los cuentos escritos, y el segundo día, ya con los ensayos iniciados, tuvimos una especie de asamblea para decidir el final. Un niño se cría en la selva y es educado por todos los animales. El oso le enseña a comer frutos silvestres y a pescar. El mono le enseña a descolgarse por los árboles. El tigre le enseña a caminar sigilosamente. Las plantas le enseñan a curar sus heridas. El loro le enseña a hablar y, por último, tras un poco de esfuerzo, los pájaros le enseñan a volar.


Volando, volando, el niño llega al fin de la selva, donde ve cómo un terrible monstruo negro, una mancha de petróleo, se come todo a su paso. El niño se alía con un indígena, y cuando interrogan al monstruo éste les confiesa que lo va devorando todo porque lo arrancaron del fondo de la tierra y no sabe cómo volver. El niño y el indígena ayudan al monstruo a volver a su casa. La selva renace y todo termina con un baile y una canción.


Diana supo gestionar muy bien a los más de cincuenta niños que hubo en escena: Los mayores actuaron bajo su dirección, y un poquito de mi ayuda. Los medianos representaban la selva moviendo unas cariocas que habían fabricado siguiendo las directrices de Layla y Ana, las jóvenes cooperantes de Granada (Mati y Olga habían vuelto ya a España); y los más pequeños intervinieron al final bailando una coreografía que habían ensayado con Paúl y con Heidi, y cantando una canción inventada por la propia Diana. Fue una representación muy bonita pero, desgraciadamente, muy falta de público. Quizá,  comentamos, en El Mirador sea más necesario trabajar con los padres que los niños.  Aquí los chavales, al contario que sus padres, tienen correo electrónico, y muchos piensan en matricularse en la Universidad Politécnica de Shushufindi o en Lago Agrio, o en estudiar a distancia. El peligro, me comenta alguien, es que los que estudien se vayan a las grandes ciudades de la sierra o de la costa, y se olviden de su comunidad. Sus padres llegaron rebotados hace pocas décadas a una tierra que no les da muchas oportunidades, y ellos no parecen tenerle mucho apego. 


Se me olvidaba decir que en El Mirador hay un chiringuito donde es una delicia sentarse al atardecer a beber cerveza, con un río sin contaminar donde es un delicia bañarse, y un descampado donde es una tortura jugar al futbol descalzo, pero lo compensa las innumerables veces que tiene uno que tirarse al agua para buscar el balón. Los miembros más activos de la comunidad están buscando financiación para montar aquí un proyecto hotelero. Sería difícil encontrarla, porque el proyecto es muy ambicioso e incluye sauna, salas de spa y un teleférico para subir al monte. Piensan que sin esos atractivos nadie querría venir aquí. Intentamos convencerlos de que están equivocados. Que un proyecto de ecoturismo con senderismo guiado por los montes, y comida ecológica (hemos disfrutado de unos jugos naturales, un pescado y una cocina amazónica extraordinaria, gracias a Verónica y sus hermanas) tendría mucho más éxito, y que los turistas valorarían enormemente esta naturaleza virgen y amable, que es lo que en sus países ya no tienen. Parecieron dejarse convencer, y Carolina quedó con ellos en hablarlo en la próxima Clínica Ambiental. Con un poco más de cohesión comunitaria y apego por la tierra, El Mirador podría ser un símbolo de la felicidad. Claro, mientras no lleguen aquí los vertidos y las aguas de formación.


MANUEL

FOTO: MATILDE MAESTRO

Este señor es Manuel, vicepresidente de la comunidad de Las Salinas. Durante la semana que hemos permanecido en esta localidad, Manuel ha sido un trabajador y un animador incansable: un ejemplo para todos. Manuel  se levantaba el primero y se acostaba el último. Coordinaba y ayudaba en la cocina, apoyaba en los ensayos y alentaba a los niños constantemente, colaboraba en el vestuario, daba ideas y ánimos en todo momento… y por las noches  proyectaba películas con el “Chulpi Cine”: otro proyecto de Acción Ecológica que, mediante un equipo portátil y un generador de electricidad, pretende acercar el mejor cine educativo a unos niños que quizá no hayan visto una película en su vida (sinceramente creo que lo único bueno de no tener tendido eléctrico es no tener acceso a la televisión. Después de haber visto preciosas películas, la mayoría de animación, producidas en los más peregrinos países, y cuya existencia desconocía, recuerdo la sensación de irrealidad que me invadió cuando, en el autobús de vuelta a Quito, me obligaron a ver la típica producción estadounidense de tiros y peleas. No es posible que sea eso lo que la gente ve todos los días, y que no les afecte).

Manuel llegó a esta zona con sus papás cuando él tenía siete años. Se crió entre los indios cofanes, que por entonces vivían aquí, y de  ellos aprendió el uso de las artes medicinales y el arte de la caza y de la pesca. Ya mayor, y ante la inseguridad que iba presentando la zona, su familia volvió a emigrar a Machala, una ciudad costera del sur de Ecuador. Lo único que le gustó a Manuel de Machala fue la Biblioteca Municipal. Se convirtió en un autodidacta y, como echaba de menos la selva, decidió volver. Ahora hace ya diez años que Manuel trabaja en distintos oficios por la zona de Sucumbíos para subsistir, pero su verdadero trabajo es luchar por sacar adelante la comunidad: despertar las conciencias de unos vecinos quizá abrumados por las circunstancias, y cuidar del sano desarrollo de sus hijos. Para Manuel fue una suerte conocer a Acción Ecológica y la Clínica Ambiental que tiene esta organización en Sucumbíos, y de la que pronto hablaremos. Para Acción Ecológica fue una suerte conocer a Manuel.

A continuación reproduzco la entrevista que mi hermana Diana hizo a Manuel para el programa de televisión “Acción directa”. En ella Manuel nos habla de su infancia con los cofanes, de la situación actual de esta y otras etnias, del arribamiento en la zona del narcotráfico, y los abusos de militares y paramilitares colombianos en la frontera, del tremendo impacto de las petroleras… de sus expectativas y de sus sueños. Son treinta y dos minutos de audio, y quizá tarde en cargar, pero no tiene desperdicio. Ponedlo mientras hacéis otra cosa, como si fuera la radio, y escuchad a Manuel. 

       

domingo, 12 de septiembre de 2010

TEATRO EN LAS SALINAS (II)




ENSAYOS Y PREPARATIVOS



Los dos siguientes días fueron de una actividad frenética: Diana ensayaba la obra con los niños, yo trabajaba la memorización y declamación de los textos con aquellos que tenían que hablar en escena, Olga preparaba el vestuario (con cartulinas, pinturas y bolsas de plástico de colores que habíamos traído, ramas, hojas y mucha imaginación) y componía el cartel de presentación con los más pequeños. Por último, Mati se encargó de preparar efectos sonoros para la obra con los más grandes: chavales de 16 o 17 años que no querían actuar, y que así encontraron un hueco en la representación.

LAS FUNCIONES

FOTO: MATILDE MAESTRO

El jueves por la tarde se llevó a cabo la función con éxito ante un exiguo grupo de madres y padres. Al día siguiente, como auténticos cómicos de la legua, montamos todos los bártulos en un autobús alquilado (a Las Salinas, sobra decirlo, no llega el transporte público) y nos fuimos a representar a una comunidad cercana llamada 9 de Marzo, donde la asistencia de público fue algo mayor.
FOTO: MATILDE MAESTRO

FOTO: MATILDE MAESTRO

La experiencia de Las Salinas resultó tremendamente intensa y enriquecedora. Es fácil comprobar el desarraigo y la indefensión en que se encuentran los habitantes de estas jóvenes comunidades arrancadas a la selva, tanto como la humanidad, la ternura y el cariño que desprenden estos niños en cuanto logras conectar mínimamente con ellos. Acción Ecológica sigue trabajando por dotar a estos grupos humanos de cohesión y conciencia comunitaria, para que puedan defenderse mejor de las múltiples amenazas que los cercan, y por crear actitudes de liderazgo entre las nuevas generaciones. Queda mucho por hacer en Las Salinas, tanto entre los adultos, en su mayoría ausentes, como entre los niños, cuya preparación académica no es, desde luego, la ideal (una sola maestra para todos los grupos de primaria, ayudada por su hija de 16 años, no parece que pueda hacer mucho más). Esperamos, sinceramente, haber contribuido en algo al desarrollo de nuevas inquietudes, una pequeña aportación al proyecto a largo plazo de Acción Ecológica. Llevaremos Las Salinas en nuestro corazón.



FOTO: OLGA RAMÍREZ

TEATRO EN LAS SALINAS (I)

Las jornadas de teatro ALEGREMIA es un proyecto de Diana Civila, directora de la compañía de teatro LA OFENDIDA PRODUCCIONES y coordinadora de los viajes solidarios de ASPA, realizado en colaboración con ACCIÓN ECOLÓGICA, una de las organizaciones con las que colabora ASPA en Ecuador. El objetivo es contribuir, a través de la práctica del teatro, a aumentar la autoestima, la capacidad de liderazgo y, sobre todo, la capacidad de disfrute de los niños y niñas de distintas zonas de Sucumbíos, una zona especialmente dañada por la contaminación petrolera, como seguiremos viendo, y por conflictos fronterizos. La primera experiencia se realizó en la Comunidad de Las Salinas, comunidad de la que ya he hablado en entradas anteriores. A Diana, Mati, Olga y a mí (los viajeros solidarios de ASPA) nos acompañaron Carolina Valladares, joven socióloga representante de ACCIÓN ECOLÓGICA; Paúl y Heidi, profesores de un colegio de Cuenca (Ecuador), que habían decidido colaborar en el proyecto y aprovechar para establecer un intercambio con algunos de sus alumnos; y Pedro, Nicolás, Ivana, Carolina y María José, alumnos de diez años de Paúl y de Heidi que habían estado carteándose con niños de Las Salinas y venían ahora a culminar esta experiencia de intercambio (y, claro, a participar en el teatro). Durante toda la semana que estuvimos allí, los juegos cooperativos y de desinhibición propuestos por Paúl y por Heidi contribuyeron mucho a crear grupo y romper la barrera de la timidez entre unos niños que resultaron aplicados y cariñosos, pero muy cerrados, faltos de inciativa y, sospecho, de autoestima .


INVENTANDO LA HISTORIA

Tras una serie de juegos preparatorios, les propusimos que escribieran cuentos para poder construir un argumento para la obra. Los personajes debían ser animalitos o personas de su entorno, y el escenario, la selva en que vivían. Aunque los niños se entregaron con dedicación a la tarea, el resultado nos dio que pensar: animales antropomorfizados que debían abandonar sus casas para huir de los malos y que terminaban muriendo o sin hogar, padres que abandonaban a sus hijos en manos de padres adoptivos que los maltrataban, ríos contaminados, cazadores furtivos, guerrilleros… A pesar de las grandes dificultades de expresión que demostraban la mayoría, no era difícil hacerse una idea de cuál había sido la experiencia cotidiana de estos críos.


Prácticamente ninguna historia tenía final feliz, y nosotros queríamos hacer un teatro de la Alegría, así que teníamos un problema. El primer día acabó sin que tuviéramos una historia completa, pero, al menos, siguiendo el cuento de Carolyn, teníamos un monito que se bañaba en un río, y luego se subía a un árbol a comerse un plátano, antes de que un tremendo viento lo derribara.


Esa noche decidimos, Diana y yo, el fin de la historia. Introducimos, según figuraba en los cuentos, cazadores furtivos que mataban animales y arrojaban basuras y desperdicios en la selva, y buscamos un final de tipo mágico-maravilloso: una chamana indígena, gracias a unas plantas, cura a todos los animales, limpia el río y la selva, y vuelve buenos a los cazadores para que todos puedan vivir “en paz y armonía, como hijos que somos de la madre naturaleza”. Una conclusión optimista, inocente y feliz, que invitaba a un baile final de despedida. Sólo quedaba ensayar.